En este mundo globalizado, parte de las desventajas que pueden verse en el mundo de la religión, estriban en un reforzamiento de ciertas actitudes no del todo positivas.
EL DEMONIO EN EL MUNDO DE HOY AL INICIO DEL SIGLO XX
En un mundo en que lo importante -más que nunca, es tener en vez de ser; donde lo que más cuenta es la producción y la venta de TODO, resulta importante, ya fabricarse religiones «a la medida», o bien reencauzar las antiguas según los valores (o antivalores) éticos que se requiera que la gente practique para que se ajuste mejor a la mente de los «señores de este mundo», como alude la literatura gnóstica y el Evangelio de San Juan.
EL DEMONIO EN LA DINÁMICA DE LA EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
La moral del cristianismo protestante -sobre todo a partir del siglo XVII (revísate la Ética Protestante de Max Weber), por ejemplo, se basó en una aceptación prácticamente acrítica de los textos de la Biblia, excepto en lo referente a la doctrina básica de que las personas quedan justificadas por su fe y adhesión a Cristo. Lo mismo vale decir respecto a la santificación del trabajo, y la práctica de un esquema de virtudes que ensalzaban la constancia y la tenacidad laborales, favorecían la supresión de todo placer que disminuyera la capacidad productiva de las personas y las familias.
El Protestantismo heredó -del Cristianismo medieval occidental-, un muy claro esquema de convicciones (de miedos, especialmente), respecto a la identidad del Mal y del papel del demonio -o los demonios, en la angelología y la soteriología (teoría sobre la salvación y trascendencia del ser humano).
Por supuesto que en ambos campos del Cristianismo -Catolicismo o Protestantismo (el Anglicanismo cabe en ambos según el punto de vista desde el que se le analice)-, hubo siempre mentes sensatas que dieron paso al uso del discernimiento y del sentido común; sin embargo, la tendencia fue siempre a cargar las tintas en extremos.
Hay que mencionar también a la llamada Reforma Radical, de: Valdenses (Norte de Italia, y hoy presentes también en Argentina), Menonitas (oriundos de Holanda y Alemania y hoy presentes en EEUU, en México y en Paraguay), y otros grupos basados en los principios generales del protestantismo, pero -además-, en el pacifismo, y en una vivencia familiar fraternal del trabajo, pero casi de tinte monástico y de una economía absolutamente consuntiva (como la del medioevo). Naturalmente, a ningún imperio colonial europeo, ni español-católico romano, ni inglés u holandés -anglicano o protestante-, ni a las diversas naciones europeas, les interesó tener súbditos que se resistieran a servirles de carne de cañón, y que prefirieran retirarse a vivir en comunidades familiares donde las funciones del estado salían sobrando, así que los persiguieron y mataron al principio, y después optaron por decretar expulsiones masivas.
CALDOS DE CULTIVOS FAVORABLES Y DESFAVORABLES AL DESARROLLO DE LA DEMONOLOGÍA
Curiosamente, en la Reforma Radical, no se ha desarrollado una demonología especialmente sofisticada, como en el protestantismo continental (Lutero y Calvino tenían singulares experiencias espirituales que calificaban como asaltos del enemigo: vgr., el diablo), o como en el Catolicismo romano o la Ortodoxia oriental, sobre los cuales volveré en un minuto…
El Catolicismo romano del Renacimiento -tan criticado por los abusos políticos y los desmanes (lujuria y glotonería) del alto clero-, fue, sin embargo, un período de optimismo teológico (quizá por lo mismo), hijo de la Escolástica Tomista medieval. Sin embargo, el siglo XVI de las reformas religiosas en ambos bandos, fue también -muy pronto-, el siglo de la Escolástica decadente. Esta etapa de esta escuela filosófica-teológica, fue el caballo de batalla de la histerizada jerarquía romana (en su Contrarreforma del Concilio de Trento), ante los avances del protestantismo «continental» (Francia, Suiza y Alemania, con Juan Calvino, Ulrico Zwingli y Martín Lutero como representantes respectivos).
Así, grandes santos de tiempos de la Contrarreforma, como San Ignacio de Loyola, San Felipe Neri, y otros posteriores (s. XVIII), como San Juan María Vianney, eran las contrapartes romanas -en lo que al diablo se refiere-, de Lutero y Calvino.
No pretendo probar en estas pocas líneas, pero los invito a investigarlo -si lo desean-, que la presencia del (de los) demonio(s), como elemento importante del cuadro de la fe cristiana, se enfatiza en la medida en la que existe un enemigo en quién hipostasiar una entidad espiritual con las características que generalmente conocemos (perdón por presuponer). Por la misma razón, cuando una iglesia (o cualquier otro grupo religioso) se ve hundido en la depresión o decadencia, o ante la competencia de otros similares, una de las opciones que tiene (¡Dios!, ¿porqué carajos no usamos las otras?: diálogo, concertación, mutuo conocimiento, respeto, énfasis en la cultura… y un largo etcétera)…es recurrir a la demonización del otro.
ORÍGENES BÍBLICOS DEL CONCEPTO DE DEMONIO O SATANÁS
En este sentido, les recomiendo muy buena bibliografía:
Enrique Maza, S.J. El Diablo, Ed. Océano, México, 2001.
El Padre Maza, de la Compañía de Jesús (criticadlos cuanto queráis, a los árboles se les conoce por los frutos…), es mexicano y escribe en la conocida revista política Proceso y en el periódico La Jornada (otra cosa es que haga politiquería sucia de partidos, eso nunca se lo he visto). La Editorial Océano es una conocida casa esotérica y mística (que a mí se me hace que es de los jesuitas, porque también le publican a Salvador Freixedo y a Raymón Panikkar… Bueno, lo malo de este libro es que los editores le cortaron toda referencia bibliográfica: ¡ni una triste nota a pie de página, el… libro!, yo creo que para vender… pero es muy de suponer que el trabajo original sí las haya tenido, porque se aprecia la calidad de un buen trabajo: que lo es)
Es importante que sepas que la historia del concepto de Diablo (la historia del Diablo, pues), se remonta -en la Biblia al menos-, a la época del regreso de los israelitas del Destierro a Babilonia, época en que nació el judaísmo tal como se proyectó por el resto de los siglos. El Pueblo judío venía procedente de una experiencia de arduo intercambio cultural, se les abrieron los ojos a un mundo ancho y ajeno, pero listo para compartir su propia fe, con conceptos y esperanzas de otros pueblos: la angelología, la demonología, la creencia en la resurrección, etc. fueron algunas de las creencias que el medio geohistórico babilónico y persa aportaron al acervo cultural y religioso hebreo.
El Libro de Job, es un ejemplo de un texto que plasma una época en la que el concepto de Diablo no estaba tan extremado aún; todavía el Satán (el enemigo), era sólo un ángel acusador, miembro aún de la corte de Dios. Fue en otro periodo difícil, y de temple de la identidad del pueblo (judío), que se cocinaron las literaturas apocalípticas (precristianas, como en otro periodo similar posterior se cocinaron los Apocalipsis cristianos) y los intrincados madejes de diablos y ángeles: la historia de la caída, y de la zotaína que mi tocayo San Miguel le puso al Satán, etc.: ese período fue el de la helenización del Medio Oriente, después de Alejandro, la época macabeica, y el que los biblistas cristianos llaman «período intertestamentario» (ss. IV-I a.C., ó antes de la Era Común).
EL MIEDO NUESTRO DE CADA DÍA: DEL DÍA DE HOY, POR EJEMPLO
A todo esto, mi queridos hermanos… ¿Por qué se reclutan exorcistas? Pues porque quien los recluta siente «que el diablo anda suelto»… Más allá de criticar negativamente a las personas (a quien sea), te diré que es lo típico de una época de: cambio de siglo, sospechas (ciertas, faltas o adobadas) de que ya se nos viene encima el Novus Ordo Saeculorum (estés del lado que estés), reajustes económicos, reestructuraciones sociales, cambios de manos del poder y… por supuesto… ¡aaajustes de cueeeeentaaaaas!
Al sistema religioso que la competencia globalizante requiere -y que describía al principio-, le viene de perlas que la gente tenga bien claro que hay un cielo y un infierno, un diablo y un «dios» (conste que a Dios yo no lo meto en estos ajos, por mero sentido del respeto); y que -además-, sepa a donde dirigir los ojos cuando el líder religioso (o político) de turno grite: «¡diablo!», «¡dios!».
Por supuesto que esto tiene de fondo el problema ético del Mal (y del Bien): por eso siempre he estado del lado de pensar que no es la moral lo más importante. La moral estudia costumbres que cambian con el tiempo y hasta con la moda. La ética es lo crucial: los principios que nos mantienen y promueven como seres humanos y favorecen nuestra vida y desarrollo en cuanto tales,…que no las costumbres: ello requiere que entremos -cada cual-, en conocimiento de nosotros mismos, y en constante diálogo con los otros.
Quiero decirte, ya para callarme, porque soy largo como una Cuaresma para hablar…, que en el cristianismo, los primeros en experimentar episodios fuertes con el diablo, o cosa similar, NO fueron los monjes de la alta Edad Media. Los ejemplos que ya mencioné del lado protestante y del católico romano, ilustran lo más granado de la evolución de las «experiencias» paranormales con el «diablo» (o lo que carajos sea eso…).
No…, los primeros en tener esas experiencias, fueron los Padres del Desierto: los primeros monjes cristianos de los desiertos de Siria y Egipto, que se retiraban a vivir apartados de dos cosas: la persecución del Imperio Romano y otras autoridades, contra los cristianos, y la creciente decadencia de la Iglesia como anunciadora de un mensaje dinámico de fraternidad, y su encumbramiento como instancia de poder.
¡¡Sin embargooo…!! Estos primitivos monjes sirios y coptos de los siglos II al V, al menos; monjes en sentido estricto, pues eran verdaderos eremitas solitarios. No tenían precisamente esa clase de arrebatos de posesión diabólica. Antes bien, son los antepasados del psicoanálisis. Sus vidas de aislamiento, soltería, sencillez, trabajo manual, oración continua mediante el Hesicasmo -un método de meditación que es antepasada directa del sufismo iniciático islámico-, eran el campo fuerte para lo que ellos -ya en aquel entonces, llamaban: sepultar sus vicios y entrenar sus virtudes.
Por supuesto que a nadie se le puede evaluar sin tomar en cuanta su época y condicionamientos históricos; pero yo podría decir -con Emilio Schuhanzky, editor de una compilación de tradiciones del los Padres del Desierto-, que sus demonios (ellos no lo sabían), eran -más bien-, nuestros fantasmas del inconsciente. Y he ahí los verdaderos obstáculos para el desarrollo espiritual (no necesariamente religioso), de las personas: nosotros mismos, nuestro propio interior cargado de miedos, complejos, heridas de la vida, etc. ¡…al diablo con el diablo!
Para bibliografía sobre esto:
1.- Emilio Schuhanzky, compilador y traductor castellano, a partir de Paisij Velitchovsky (en ruso, s. XVIII): La Filocalia de la Oración de Jesús, Ed. Lumen, Col. Ichtys; Bs. As., Argentina, 1980.
2. Emilio Schuhanzky, compilador y traductor castellano: Apotegmas de los Padres del Desierto. Ed. Lumen, Col. Ichtys; Bs. As., Argentina, 1980.
Uno de los llamados apotegmas de los Padres, dice que a uno de ellos, cuyo nombre no recuerdo, le insistieron en que fuese a visitar a una mujer que decían poseída del demonio. No juzgándose una autoridad para ello, pidió que lo dejasen en paz; luego de mil ruegos, accedió, más por compasión a aquella gente, y -al llegar-, la mujer lo abofeteó. Comprendiendo que se trataba de una enferma, la miró con compasión, mientras se llevaba una mano al rostro. Se dice que el demonio salió gritando del cuerpo de la mujer: «¡Oh violencia intolerable! ¡El mandamiento del Cristo me expulsa!»
Considero que -a su modo-, este texto, que vale más como relato simbólico que como reporte periodístico, ayuda a aclarar que no hay tales posesiones: nada como la paciencia, la caridad y la firmeza de carácter para tratar con alguien que está fuera de sí.
Lo lamento por mí (te cuento brevemente), que participé en una experiencia de aparente posesión, en la que fui llamado por la aterrada familia, a intervenir en favor de otra mujer «posesa», en un poblado del Valle de Toluca, en el Estado de México: Fui yo quien la abofeteó a ella… Pero sólo después que un crucifijo -que ella lanzó a mi llegada, en calidad de proyectil-, me pasó rozando por encima de la cabeza (mil perdones si ofendo susceptibilidades): afortunadamente resultó, si bien no lo recomiendo.