GEORGE WASHINGTON,
LA POESIA PERDÍDA EN LA POLITICA
Y EL MANTRA DE LA ESPERANZA
«El gobierno no es una razón, tampoco es elocuencia, es fuerza. Opera como el fuego; es un sirviente peligroso y un amo temible; en ningún momento se debe permitir que manos irresponsables lo controlen.»
G. W.
«En la improbable historia que es América,
no hay nada falso en tener esperanza…»
B. O.
Queridos H:.
En la mayoría de las oportunidades que he estado en esta tribuna, monumento a la elocuencia y al pensamiento, he hablado y he sido insistente de muchas formas, algunas mas refinadas que otras, de la importancia de la palabra y su relación con el ser, con la poesía y en general con nuestra posibilidad de trascender.
En efecto, solo la palabra nos hace libres. George Washington, quien cumpliría 276 años este 22 de febrero, fue un masón conciente de la potencia de la palabra para una sociedad. Pero sobre todo, fue un creyente de que la palabra es un credo que impulsa a los espíritus a enfrentar las batallas intensas del ser.
La palabra para Washington era un fuego supremo que nos convertía en seres ordenados y unidos. Y la libertad es un credo que permitía alcanzar los sueños colectivos.
¿Soñar? Sí. Soñar mundos posibles entre la realidad adversa parece ser una banalidad digna de desprecio. Pero Washington se atrevió al igual que otros H.: en soñar que un mundo donde la libertad fuera referente de la convivencia individual y donde el poder público se encontrara atado de manos por la voluntad ciudadana. Fue capaz de concebir un mundo donde hablar de justicia no fuera un discurso de locos, sino de héroes. Donde los abusos del poder tuvieran castigo y donde las instituciones fueran herramientas de igualdad y de libertad.
Washigton fue un espíritu indomable que no se doblegaba ante la batalla, por más perdida que pareciera. A los 21 años, armado de un ejército pequeño caminó miles de kilómetros de nieve para reclamar a los franceses la salida de Ohio. Inició su defensa, y a pesar de ser derrotado, no dejó de luchar hasta casi exponer su vida antes de rendirse.
Este corazón apasionado por una causa le abrió los ojos ante lo que sería una carrera militar vertiginosa, a pesar de los desprecios que recibió de los generales de la corona por su situación de nacido en las colonias y por su escasa edad.
Imagino a Washington, a los 25 años, mirando los rojos robles de Nueva Inglaterra en un otoño frío, mientras recibía los insultos y las burlas de los militares de alto rango recordándole su derrota en Ohio. Imagino su frente impasible, como en un ejercicio de serenidad, impulsado por una conciencia honrada, genuina, orgullosa de su origen. Imagino su silencio como un desafío a la autoridad intransigente, esperando demostrarle su error con hechos. Esperando el momento, el instante donde todo, el tiempo y las circunstancias harían posible que su obra brillara como estrella. Imagino su lucha personal que le dividía entre rendirse y renunciar al mundo de las armas. Le imagino decirse a sí mismo que de hacerlo, ellos, los cínicos que portaban solo la grandeza de un apellido y no la del espíritu, habrían de ganar la batalla.
Al hablar de Washington debo hablar de un hombre que no ganó todas las batallas. Pero ganó las importantes. Y las ganó por que entre otras cosas, nunca se dio el lujo de rendirse o de mirar al mundo de forma cómoda, a través de la ceguera mental de la automisericordia.
Cuando los notables de Virginia le llaman para que sea su voz en el Congreso Continental, Washington ya sabía a conciencia que la Libertad y su defensa era su destino. Y entró en el Debate más noble que una sociedad puede hacer; el Debate sobre el futuro.
Ideas, polémicas, miedos, necesidad de esperanza. Si, esperanza. Sin ejército y sin recursos no había otra cosa que aferrarse a la esperanza. Los colonos habían llegado hace apenas menos de doscientos años a tierras desconocidas. Las conquistaron solos, frente a la incertidumbre y a la oscuridad de sus vidas.
Ahora, la rebelión proclamaba que el pantano del Potomac habría de ser la tierra prometida. Las manos de niños, jóvenes y ancianos sin experiencia militar y sin vocación para ella, ahora tomaban fusiles y caminaban frente al ejército más importante de la época.
Delante, un hombre común y valiente. Washington el estratega, el creyente, el que escribió un credo libertario. América no era la batalla de unos cuantos comerciantes que querían impuestos y parlamento; era la batalla del mundo por la libertad; la del individuo que abría los ojos y miraba la luz de la verdad de la razón.
Matemáticamente, el estratega derrumbó el mito del ejército imperial. El valor y la valentía de sus hombres, nos recuerdan a los 300 espartanos que casi derrotan al millón de soberbios persas. Ahora, Washington con habilidad de Julio César, cruzaba el Rubicón de la historia.
Ganada la batalla, la Victoria en las manos, Washington, Franklin, Jefferson y Hamilton firman el documento que haría de los sueños colectivos una realidad por la cual luchar. Ahora, la Libertad era la madre de la Ley y los destinos de los colonos pertenecían solo a ellos.
Pero Washington también fue un constructor. De una ciudad, de un país, de un destino, de un Estado. Negándose como Esipión (el comandante romano que al derrotar a Aníbal prefirió regresar a su hogar a aceptar el poder absoluto) a las tentaciones del poder, Washington asume el gobierno durante dos períodos en donde se fincan las democracias modernas, las leyes de occidente y en general, las garantías que el individuo puede asumir en contra de los totalitarismos. Sobre todo, la libertad de ser felices, de frenar los abusos de un Estado total. Su legado político trasciende hasta nuestros días y es esencia de nuestros pueblos. Nos recuerda que en la lucha por el poder deben de existir contrapesos y equilibrios; que la política es un servicio hacia la colectividad y no una guerra entre ambiciones; que el Estado es la suma de individuos y no la máquina de abusos y de simulaciones en que se ha convertido.
Que la suma de todos y la voluntad de todos es la única esperanza posible. Y que ésta palabra no es una retórica descompuesta para buscar el aplauso fácil, sino que la esperanza es el credo mental que reclama cuando nuestros países han perdido el rumbo y la visión de su destino.
Por aprecio a los consejos de un amigo personal y hermano de esta Logia, a quien le profeso una gran admiración, me he acercado a la obra de Barak Obama. Debo confesar que no fue fácil romper mi apego a quien durante algunos años fue para mí un referente importante de la política americana y quien a pesar de sus defectos me producía simpatía personal como lo es Bill Clinton. Pero ha sido una experiencia refrescante sobre todo leer y estudiar las ideas de quién en estos momentos puede llegar a ser Presidente de Estados Unidos.
Gracias a dicho acercamiento he encontrado que una idea en la cual yo creía y que dejé por absurda por que la realidad me lo decía. Esta idea es la de que el debate público tiene cabida para los grandes discursos. Que ser un político eficiente no está peleado con las grandes ideas; que la elocuencia es necesaria y que ser un orador apasionado por las palabras nobles no significa estar pasado de moda.
El discurso público de los últimos años es tan aburrido que refleja la calidad humana de quienes lo pronuncian. Pero además, refleja la incapacidad de conducir a los pueblos hacia las grandes luchas que impulsan a construir un futuro mejor.
¿Qué ha quedado de la oración de Gettysburg; o de «a lo único que debemos temer, es al miedo mismo? ¿Qué ha quedado del «I Have a Dream»; o del «…no te preguntes lo que tu país hace por ti, pregúntate lo que tú haces por tu país?
Jhon Kennedy decía que si los poetas hicieran más política y los políticos algo de poesía, quizás este mundo sería mejor. Creo en esa idea. La poesía encarna lo mejor de nosotros mismos y lo que nos dignifica como pueblos. Es también lo que nos permite derrotar al miedo. La poesía es, a final de cuentas, el indicio de que podremos derrumbar a las adversidades.
Así, poesía y esperanza fundamentan el mensaje de quien ama profundamente a su patria. Le hace a la vez, ser universal que acepta a los otros países como hermanos. Pero por encima de todo, poesía traducida en esperanza es mirar los rojos robles de Nueva Inglaterra y saber, como lo supo Washington, que en la ternura de sus ramas está la Esperanza de verlos retoñar en primavera.
C.·. M.·. Jesus Oscar Rivas Inzunza
ESTU MUY PADRE TU SABES BOMITO SOY FANATICA ALS POESIAS ESTA YHERMOISAS Y MUY INTELIGENTETE LO K ESCRIBIEROA
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ESTU MUY PADRE TU SABES BOMITO SOY FANATICA ALS POESIAS ESTA YHERMOISAS Y MUY INTELIGENTETE LO K ESCRIBIEROA
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muy interesante, como siempre un caballero de la palabra, y un guerrero de la poesia, me encanta confirmar que mas que un pasatiempo la redacción es para usted toda una pasión.
de su más grande admiradora
l.c.c. alicia lizbeth arrayales wiley
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Tremendo todo lo que tocaste con sólo un artículo. Excelente el artículo.. volveré por más. Gracias..
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Suelo pensar a veces en la gente que he conocido, pero buscando una equivalencia me encontré con tu nombre en un articulo-nota de El Debate; fue mera casualidad.
Sin más, es bueno saber que a quienes suelo de repente recordar, en mis ratos de tiempo libre y búsquedas, ahí andan dando pasos en cemento fresco… Saludos…
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has pensado alguna vez pasar menos tiempo buscando a la gente que has conocido y enfocarte en la gente que tienes al rededor mientras das pasos y bailas en cemento fresco piensa que con el tiempo, ese cemento fresco secara y miraras atrás y y tendrás que pensar si eso que dejas a tu paso fue lo correcto. lo mejor es vivir aquí y ahora apasionadamente y dejar de buscar por que nunca estarás satisfecha
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